¿Hay alguien ahí? Carla del Pino Rodríguez Padrón.

 

No hace demasiado tiempo, dos amigos se fugaron de sus casas en medio de la noche. Cada uno cogió lo que creía necesario. Le escribieron una carta a sus padres el motivo por el que se ívan y con mucha tristeza, cuánto les querían. Era cómo si ellos fueran conscientes de lo que estaban haciendo, pero al mismo tiempo parecía que estaban controlados por alguien o algo que les dejaba pensar pero no hacer lo que querían.

Entraron en una cueva oscura y con unos matorrales que cubrían su entrada. Parecían muy confiados. No miraban atrás.

Cuando llegaron al final de la cueva se encontraron con una pequeña piedra. Simple pero poderosa.

Uno de ellos fue a cogerla. Esta, cada vez que el niño la sujetaba más tiempo entre sus dedos, brillaba más y más, tanto que daba la sensación de que estaba desesperada. El niño se la puso cerca de su pecho y en una simple décima de segundo no quedó rastro alguno de él. Su amigo despertó del trance en el que se encontraba e instintivamente se fue por dónde mismo había venido. Huyendo de la luz imantada que le perseguía.

Cuándo llegó al final de la cueva se paró a ver si aquella luz le seguía siguiendo. Esta se paró antes de llegar al final de aquel oscuro y perverso lugar.

El niño se fue corriendo hasta llegar a su casa dónde habían un montón de policías entrando y saliendo de esta. Sus padres al verlo le preguntaron qué le había pasado, pero no les puedo contestar. Se había quedado mudo del pánico que había vivido, pero que nunca había podido sacar de su interior.

Muchísimos años más tarde, aquel niño que inconscientemente se había fugado de su casa permanecía sólo en una remota casa en medio de la nada, vigilando aquella cueva para asegurarse de que nadie entrara ni saliera de esta.

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