Tengo la razón
José es un hombre trabajador, luchador, inteligente, pero también muy testarudo. Esta vez su testarudez es la culpable y él tiene que decidir si comerse su orgullo o seguir adelante y no reconocer que se equivocó.
La mañana del primer domingo de abril, José se encuentra en el salón de su casa. Sentado y viendo la televisión, se acuerda de que tiene que coger dinero del banco para pagar una deuda que tiene pendiente. Mete la mano en el bolsillo y…
- ¿Y mi dinero?¿Dónde está?
José se levanta agitado y empieza a remover todas las cosas del salón. Va a la cocina a hablar con sus padres y sus hermanos. Cuándo les dice lo ocurrido y les empieza a acusar y a investigarles se da cuenta de que no le hacen caso. Era tan normal que se pusiese a gritarles y a criticarles que ya ellos ni le hacían caso. Siempre era culpa de los demás todo lo que le pasaba y se ponía a echarles la culpa sin tener pruebas o motivos para saber que lo habían hecho ellos.
José se fue para su habitación indignado. Se sentía sólo. Empezó a meditar y se acordó de que ayer había salido a tomar unas copas con sus amigos, y ellos se ponían a bobear metiéndole las manos en los bolsillos para quitarle el dinero.
Cogió su teléfono y se puso a llamarles a todos. Ninguno le cogió el teléfono. Ellos también estaban artos de sus estupideces y de sus acusaciones sin sentido.
José estaba sólo. Ni siquiera su mejor amigo, que le había aguantado tantas malas pasadas, le contestaba.
José se volvió a sentar en el sillón del salón. Se puso a reflexionar. Sabía que su familia y sus amigos tenían la razón al darle la espalda pero no le iba a pedir perdón. Tenía su orgullo.
Pasaron los días, he incluso algunas semanas hasta que José se designó a hablarles a sus padres. Pero aún así no les pedía perdón. También volvió a hablar con sus amigos pero tan sólo su mejor amigo era el que aún estaba un poco distante.
Por la noche se acostó en la cama y se quedó pensativo, reflexionando sobre lo que le había pasado últimamente.
Al final se dio cuenta de que los amigos y la familia eran los que importaban y que el orgullo iba y venía pero que no era importante. Les pidió perdón a todos y además aprendió una estupenda lección. Nunca acuses a nadie si no tienes pruebas y por muy evidentemente que sea no lo hagas nunca.
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