Tengo la razón. Carla del Pino Rodríguez Padrón. (Historia de Marzo).

Tengo la razón

 

José es un hombre trabajador, luchador, inteligente, pero también muy testarudo. Esta vez su testarudez es la culpable y él tiene que decidir si comerse su orgullo o seguir adelante y no reconocer que se equivocó.

La mañana del primer domingo de abril, José se encuentra en el salón de su casa. Sentado y viendo la televisión, se acuerda de que tiene que coger dinero del banco para pagar una deuda que tiene pendiente. Mete la mano en el bolsillo y…

- ¿Y mi dinero?¿Dónde está?

José se levanta agitado y empieza a remover todas las cosas del salón. Va a la cocina a hablar con sus padres y sus hermanos. Cuándo les dice lo ocurrido y les empieza a acusar y a investigarles se da cuenta de que no le hacen caso. Era tan normal que se pusiese a gritarles y a criticarles que ya ellos ni le hacían caso. Siempre era culpa de los demás todo lo que le pasaba y se ponía a echarles la culpa sin tener pruebas o motivos para saber que lo habían hecho ellos.

José se fue para su habitación indignado. Se sentía sólo. Empezó a meditar y se acordó de que ayer había salido a tomar unas copas con sus amigos, y ellos se ponían a bobear metiéndole las manos en los bolsillos para quitarle el dinero.

Cogió su teléfono y se puso a llamarles a todos. Ninguno le cogió el teléfono. Ellos también estaban artos de sus estupideces y de sus acusaciones sin sentido.

José estaba sólo. Ni siquiera su mejor amigo, que le había aguantado tantas malas pasadas, le contestaba.

José se volvió a sentar en el sillón del salón. Se puso a reflexionar. Sabía que su familia y sus amigos tenían la razón al darle la espalda pero no le iba a pedir perdón. Tenía su orgullo.

Pasaron los días, he incluso algunas semanas hasta que José se designó a hablarles a sus padres. Pero aún así no les pedía perdón. También volvió a hablar con sus amigos pero tan sólo su mejor amigo era el que aún estaba un poco distante.

Por la noche se acostó en la cama y se quedó pensativo, reflexionando sobre lo que le había pasado últimamente.

Al final se dio cuenta de que los amigos y la familia eran los que importaban y que el orgullo iba y venía pero que no era importante. Les pidió perdón a todos y además aprendió una estupenda lección. Nunca acuses a nadie si no tienes pruebas y por muy evidentemente que sea no lo hagas nunca. 

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